De repente estás despierto.
O quizás has estado despierto todo el tiempo, atrapado surcando la neblina. Suenan los mismos viejos sonidos de siempre: el tráfico, el refrigerador, la vecina que vive detrás y se despierta borracha cada domingo por la mañana. Coges tu teléfono. Lo dejas de nuevo. Lo vuelves a coger. Mierda. Te quedas allí un rato preguntándote por qué todo se siente igual, por qué no puedes tocar fondo.
Es una antigua película de Jim Jarmusch, y es tan malditamente real que te hace querer llorar. Desearías poder tenerla implantada quirúrgicamente en tu oído, girando una y otra vez hasta la eternidad. Desearías poder vivir dentro de ella. Desearías haber matado a un hombre con una bola de billar para poder pedirle cigarrillos a Tom Waits y John Lurie en una celda. Lo que sea necesario. Atarías un cuerpo muerto en tu maletero si fuera necesario.
Es Jim Jarmusch o es Kurt Vile, y quienquiera que sea, lo entiende y de alguna manera nos sana. Y si tan solo pudiéramos extender la mano y tocar lo que sea eso, lo que sea que hace que el exterior sea mejor que lo que tenemos en el interior. ¿No es eso lo que todos perseguimos? Así se siente cuando dejas caer la aguja aquí. Así es como va cuando entran las guitarras, y al menos durante dos breves caras te sientes diferente de alguna manera. Tienes un mejor amigo.
Los álbumes de Kurt Vile son el valium directo a las venas de nuestra monotonía, y por eso los ansiamos. No importa la entrega. Kim Gordon llama a 'B'lieve I'm Goin Down' "una noche calma en el cañón californiano flotando en un paisaje casi sin agua. El disco es todo aire, ingrávido, sin cuerpo, pero arraigado en una autenticidad convincente…" Él es el compositor de los compositores, diciéndonos qué sentir. No, mostrándonos lo que no sabíamos que ya sentíamos.
Y de lo contrario, ¿qué más hay que los mismos viejos sonidos? Los días pasados que no podemos recordar. Son buenos o malos. Significan algo o no lo hacen. Dormimos y despertamos y el disco sigue girando. Desempaquetamos cajas para ganarnos la vida. Lavamos platos. Nos encanta o lo odiamos, intentamos y fallamos, sin ser conscientes de la única realidad ubicua: saber que vas a fallar es la forma más rápida de llegar a la cima. Así es la vida, aunque casi odio decirlo.
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